ASOCIACIÓN EL VOLCÁN

Las personas que padecen un trastorno de la personalidad suelen encontrar numerosas dificultades para desenvolverse adecuadamente en el ámbito social, laboral y familiar. Tanto la escasa tolerancia a las frustraciones, como la deficiente interrelación social dificultan el normal proceso de aprendizaje mediante el método de “prueba y error”.

Ante este hecho, la tendencia de muchos familiares se orienta a actuar como colchón protector, haciendo un poco de intermediarios entre los afectados y el mundo exterior, frecuentemente hostil.

De esta manera, se consolidan unos hábitos poco funcionales para la deseable autonomía de los afectados. En la misma medida en que perciben como normal que su familia se ocupe de protegerles de muchos avatares, o de minimizar las consecuencias de sus errores, terminan acostumbrándose a no tener que preocuparse ellos mismos, lo que perpetúa su situación de vulnerabilidad.

Así los años van pasando, los familiares constatan que los avances que experimentan sus hijos o hermanos son muy lentos, y entonces aparece la terrible pregunta: “Y después ¿qué? ¿qué será de él cuando yo no esté aquí para ayudarle?”.

La respuesta es sencilla, aunque nada tranquilizadora: “después” ellos dependerán casi exclusivamente de sí mismos. Puede que entonces aprendan nuevas lecciones y vayan mejorando sus capacidades adaptativas. Y puede que el cambio producido por la desaparición del colchón protector sea demasiado brusco, y encuentren dificultades insalvables.

No resulta agradable asumir esta realidad. Pero la realidad siempre termina imponiéndose. La conclusión, pues, es evidente: cuanto antes propiciemos que adquieran su propia autonomía, mejor preparados se hallarán el día que tengan que desenvolverse ellos solos. Y dicho al revés: cuanto más les protejamos ahora, más echarán en falta esa protección cuando desaparezca. Tenemos que elegir: o les protegemos ahora, o propiciamos que ellos se protejan en el futuro.