ASOCIACIÓN EL VOLCÁN

Uno de los más negros nubarrones que suelen ensombrecer el ánimo de los familiares de enfermos de TP es el de la culpa.

Es una potente sensación compuesta de inseguridad, angustia y remordimientos, que resulta completamente incompatible con la acción positiva, con la felicidad, y con la capacidad de ayudar de manera efectiva a los enfermos.

Son muchos los factores que contribuyen a la formación de ese sentimiento de culpa. El afectado de TP presenta actitudes y comportamientos llamativos, que son percibidos por familiares, amigos o vecinos, que no entienden nada de trastornos de la personalidad, y que tienden a pensar que esos comportamientos y actitudes se deben a que los padres no han sabido actuar convenientemente con los afectados.

Por si eso fuera poco, los propios enfermos de TP suelen también culpar abiertamente a sus padres de sus dificultades, de sus tropiezos y de su infelicidad.

Sin embargo, ese sentimiento de culpa es el primero que debería ser erradicado del pensamiento de los padres. Por una parte porque en nada ayuda a los enfermos, y por otra porque no está justificado. Es necesario que cada familiar de afectado por el TP se defienda enérgicamente de esa terrible acusación. ¡Soy inocente!

  • Soy inocente porque nunca he hecho nada deliberadamente para perjudicar a mi hijo.
  • Soy inocente porque los valores y costumbres que le he inculcado son los que alguien me había inculcado a mí.
  • Soy inocente porque nadie me ha enseñado a hacerlo mejor.
  • Soy inocente porque todas mis acciones han estado impulsadas por el amor a mi hijo.
  • Soy inocente porque mi hijo es dueño de su vida.
  • Soy inocente porque es mi hijo quién toma sus decisiones. Él es quien acierta, y él es quien se equivoca.
  • Soy inocente porque no puedo aceptar que se me juzgue por lo que haga otro, aunque ese otro sea mi propio hijo.